sábado, 24 de abril de 2010

San Pablo

Lo que en el Evangelio está implícito fue reducido a fórmulas explícitas y explicado por el Apóstol de las Gentes, Pablo de Tarso. Para esta elaboración doctrinal adoptó conceptos de la filosofía estoica con lo que la razón humana se integraba en la revelación divina y la labor intelectual se incorporaba a la intelectualidad cristiana.
Las Epístolas paulinas han determinado el ulterior decurso de la filosofía jurídica y política cristiana en tres puntos esenciales. El primero es la admisión del derecho natural como pauta de una justicia cognoscible por la razón humana, en la Epístola a los Romanos, II 14-15; estableciendo San Pablo una graduación ontológica e histórica entre la moralidad natural y la sobrenatural. Si la ética natural había conocido su más alta expresión en las virtudes de la filosofía moral griega, se sobreponen sin desplazarlas, las virtudes teogonales de la fe, la esperanza y la caridad. La segunda, es la Epístola a los Romanos, XIII, 1-6, que establece y explicita que en el plano jurídico-natural ocupa el primer plano de la consideración paulina del poder político. También la teoría paulina de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo es de gran alcance doctrinal para la filosofía jurídica y política, por el símil organicista que lo renueva, en la Epístola a los Corintios, XII; y donde se establece que en la Iglesia, como en toda la sociedad, la unidad no es uniformidad sino diversidad de miembros independientes, con lo que la unidad orgánica y viviente en Cristo Jesús no implica nivelación en lo social ni abandono de los quehaceres temporales. También es importante la doctrina paulina del matrimonio y la virginidad como remedio a la concupiscencia.
[Véase A. Truyol y Serra, Historia de la Filosofía, del Derecho y del Estado, Vol. I, págs. 241-245; Gonzalo Puente Ojea, La existencia histórica de Jesús. Las fuentes cristianas y su contexto judío, Madrid, Siglo XXI, 2008].

jueves, 22 de abril de 2010

La zancadilla de Dios



"De repente sucedió que, mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, hacia el mediodíal lo envolvió una luz del cielo, y caído en tierra, oyó una voz que le decía:
-Shaul, Shaul, lámmah ántha radéf lí?
¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?
Duro es para ti dar coces contra el aguijón.
Saulo respondió:
-¿Quién eres tú, Señor?
Y El:
Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Saulo le dijo:
-¿Que debo hacer, Señor?
Y Cristo a él:
-Levántate, y vé a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está determinado que debes hacer.
Se levantó, pues, Saulo de la tierra, y aún con los ojos abiertos, nada veía; llevándolo de la mano, lo introdujeron en Damasco. Estuvo tres días sin ver, y ni comía ni bebía". (Hechos 9, 3-9 completado con Hechos 22, 6-11 y 26, 12-16).
En el suelo quedó el perseguidor fariseo Saulo.
El que se ha levantado pasará a la historia como el Apóstol de las Gentes.
De las órdenes del Sanedrín ha pasado a las órdenes de Cristo.
- ¿Qué debo hacer, Señor? ... ¿Qué debo hacer, Señor?
En adelante gustará llamarse, y muchas veces en sus escritos se proclamará: Pablo, el siervo de Jesucristo.
[Véase, Salvador Muñoz Iglesias, Por las rutas de San Pablo: ciudadano romano, apóstol y mártir, Ediciones Palabra, 1981, pág. 25].

domingo, 18 de abril de 2010

Cristianismo Primitivo

La aparición de la Iglesia cristiana como institución autorizada para gobernar los asuntos espirituales de la humanidad con independencia del estado puede considerarse sin exageración, como el cambio más revolucionario de la historia de la Europa occidental tanto por lo que representa a la ciencia política como en lo relativo a la filosofía política. Pero matizamos que los intereses que contribuyeron a su creación fueron intereses religiosos, siendo el cristianismo una doctrina de salvación, no una filosofía ni una teoría política. Las ideas de los cristianos acerca de las ideas políticas, no eran muy distintas a las que defendían los paganos, podían creer en el derecho natural, en el gobierno providencial del mundo, en la obligación del derecho positivo, como los estoicos, y también en la igualdad de todos los hombres a los ojos de Dios. El universalismo religioso y ético del cristianismo tenía su precedente inmediato en el de los profetas del Antiguo Testamento, pero difería de éste en su índole supranacional; debido a que el universalismo de Israel no se desprendió nunca de su nacionalismo, concibiéndose como absorción del judaísmo por absorción de los demás pueblos. Como en el Antiguo Testamento la justicia ocupa en las enseñanzas de Cristo un lugar central, pero el Hijo de Dios pone el acento al reclamarla como comportamiento, equivalente a la perfección religiosa y moral resultante del cumplimiento de todos los deberes para con Dios, con los semejantes y con uno mismo; la justicia implica una adhesión interior al precepto divino y aceptación gozosa de lo que impone: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados" (Mt., V, 6); "Pero la justicia que da acceso al Reino de los Cielos ha de sobrepujar la de los escribas y fariseos" (Mt, V, 20); esta justicia abarca la naturaleza racional humana sintetizada en el principio de reciprocidad: "hagamos con los demás lo que queremos que los demás hagan con nosotros" (Mt., VII, 12; Lc., VI, 31); "No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio con que juzgareis seréis juzgados y con la medida con que midierais se os medirá. ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo osas decir a tu hermano: Deja que te quite la paja del ojo, teniendo tú una viga en el tuyo? Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo y entonces verás de quitar la paja del ojo de tu hermano". (Mt., VII, 1-2; Lc., VI, 31). Pero la justicia evangélica va mucho más allá de la justicia natural en las bienaventuranzas y exhortaciones del Sermón de la Montaña: "Estad atentos a no hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean; de otra manera no tendréis recompensa ante vuestro Padre, que esta en los cielos". (Mt., V-VII; Lc., V, 17-49).
Ese trascender lo meramente natural hace de los cristianos en cuanto tales "la sal de la tierra", "la luz del mundo". Con fuerza subrayará San Pablo el carácter no-natural, en el sentido de sobrenatural, de la ética específicamente evangélica: ésta parece locura y desvarío a la luz de la simple razón.
[Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Madrid, BAC, 1964; A. Truyol y Serra, Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado, Madrid, Alianza Universidad Textos, 3ª ed., 1987, 2 Vols. Vol. I, págs. 229-241; George Sabine, Historia de la teoría política, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1990, págs. 141-146].

martes, 13 de abril de 2010

Cicerón

Marco Tulio Cicerón (106-43 a. de J. C.), si bien no es original ni profundo como pensador tiene el mérito indiscutible de haber difundido la filosofía griega entre los romanos; buen orador, y mejor compilador que escritor, poseía las condiciones que favorecieron la transmisión del patrimonio filosófico helénico a la Latinidad. Los tratados De re publica, De legibus y De officiis, encierran lo fundamental de sus doctrinas jurídicas y políticas.
La verdadera importancia de Cicerón para la historia del pensamiento político consiste en que dio a la doctrina estoica del derecho natural la formulación en que ha sido universalmente conocida en toda la Europa Occidental desde su época hasta el siglo XIX. De él pasó a los jurisconsultos romanos y en no menor medida en los Padres de la Iglesia. Los pasajes más importantes se citaron innumerables veces en la Edad Media, desde San Agustín hasta Lactancio, llegando a ser objeto de conocimiento común. En primer lugar hay un derecho natural universal que surge a la vez del providencial gobierno del mundo por Dios y de la naturaleza racional y social de los seres humanos que les hace afines a Dios. A la luz de esta ley eterna, todos los seres humanos son iguales, no lo son en saber, y no es conveniente que el Estado intente igualarlos en riqueza, sino que son iguales en cuanto poseen razón, en su estructura psicológica y en su actitud general en cuanto a lo que creen honorable e indigno. Más aún Cicerón llega a sugerir que nada sino el error, los malos hábitos y las opiniones falsas impide a los hombres ser en realidad iguales. Todos los seres humanos pueden tener las mismas clases de experiencias, y todos son capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo:
"De todo aquello sobre lo que versan las discusiones de los filósofos, nada tiene más valor que la plena inteligencia de que nacemos para la justicia y de que el derecho no se basa en la opinión, sino en la naturaleza. Ello es evidente si considera la sociedad y unión de los hombres entre sí. Pues nada es tan igual, tan semejante a otra cosa, como cada uno de nosotros a los demás. Por ello, si la depravación de las costumbres, la vanidad de las opiniones y la estupidez de los ánimos no retorciesen las almas de los débiles y las hiciesen girar en cualquier dirección, nadie sería tan semejante a sí mismo como cada uno de los hombres a todos los demás".
Encontramos en Cicerón una confianza generosa en la naturaleza humana y la afirmación de la existencia de ese vínculo entre los hombres y los dioses en cuanto a la ley y al derecho. Lo esencial es la realización de la justicia como una ordenada convivencia humana, siendo el fin esencial de la sociedad política, que no es ni más ni menos que aquella asociación humana cuyo vínculo consiste en la noción de lo justo y la común utilidad.
[Véase, A. Truyol y Serra, Historia de la Filosofía del Derecho y del Estado, Madrid, Alianza Universidad Textos, 3ª ed., 1987, 2 Vols. Vol. I, págs. 189-194; George Sabine, Historia de la Teoría Política, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 19ª reimp., 1990, págs. 127-131; Marco Tulio Cicerón, Sobre el orador, Madrid, Gredos, 2007].

domingo, 11 de abril de 2010

Séneca

Lucio Aneo Séneca (4 a. d. C. - 65 d. C), nació en Córdoba, cuestor y pretor en Roma y tutor y ministro del emperador Nerón, su filosofía tiene un tono predominantemente religioso. Tiene conciencia del pecado y de la miseria como condición humana, el sentido de la maldad humana imposible de desarraigar y cuya virtud consiste en el que uno luche por salvarse, más que por la salvación; muestra en su pensamiento un elevado humanitarismo moral. A medida que las virtudes cívicas y políticas retrocedieron a un segundo plano, en la época que le tocó vivir, se dio a las virtudes de la compasión, la caridad, la amabilidad, la tolerancia, la benevolencia, la caridad y el amor, junto a la condena de los motivos morales de la crueldad, el odio, la cólera, la dureza en el trato a los subordinados e inferiores que habían ocupado un lugar predominante a escala moral en la ética anterior. Es importante su epístola xc, dónde describe de manera casi fantástica la Edad de Oro, que a su juicio había precedido a la edad corrompida de la civilización.
Para mí lo importante en Séneca es que piensa que los sabios no deben apartarse de la sociedad, como Cicerón, piensa que el deber moral del hombre bueno es ofrecer sus servicios de una forma u otra a la sociedad, rechazando de plano la posición epicúrea de perseguir la satisfacción privada descuidando los intereses públicos. Séneca fue capaz de idear un servicio social que no implicaba la necesidad de desempeñar ningún cargo público ni ninguna función de carácter estrictamente político. Esto daba un giro a la doctrina estoica de que todo hombre era miembro de dos repúblicas, el estado civil del que es súbdito y el gran estado compuesto por todos los seres racionales, al que pertenece por su condición humana. La república mayor es para Séneca más bien una sociedad que un estado; sus lazos son morales y religiosos más que jurídicos y políticos. En síntesis, el hombre bueno y sabio presta un servicio a la humanidad aunque no tenga poder político; el hombre que por virtud de su pensamiento llega a ser maestro de la humanidad ocupa un lugar más noble e influyente que el de gobernante político. La interpretación de Séneca de estas dos clases de repúblicas es una de las semejanzas que existen entre su pensamiento y el de los cristianos.
[Véase: Séneca, Sobre la felicidad, versión de Julián Marías, Madrid, Alianza Editorial, 4ª reimp. 1988].

miércoles, 7 de abril de 2010

SÓCRATES, PLATÓN Y ARISTÓTELES

Para comprender mejor esta época son imprescidibles las siguiente lecturas: de Sócrates hay que leer obligatoriamente su Apología, es para muchos pensadores, el texto más bello filosófico de todos los tiempos. Para recordar cómo fue su lado humano junto a su pensamiento es también útil el libro dedicado al maestro por Jenofonte, que incluye "Banquete" y "Apología". De Platón hay que leer obligatoriamente su República (Diálogos), el libro I constituye un verdadero diálogo socrático cuyo tema es la justicia; los libros II al IV dónde Platón traza su proyecto político propiamente dicho; los libros V al VII es la sección filosófica de la obra; y los libros VIII y IX en donde se expone los tipos de constituciones políticas posibles, y los tipos correspondientes de hombres que suponen; finalmente el X con un apéndice sobre poesía y un mito escatológico que corrabora lo dicho acerca de las recompensas que recibe el justo.
De Aristóteles es de obligado cumplimiento la lectura y estudio de su Ética Nicomáquea. Ética Eudemia, donde el maestro nos alecciona sobre el sentido de la vida humana, sobre el bien y el mal, sobre el destino y la justicia, sobre el valor y sobre la amistad. El estar bien el el mundo es un bien moral, en donde se desarrollan las luchas de cada egoísmo por establecer su dominio, y la referida desigualdad del estar en el mundo. Aristóteles no pretende saber cómo puede pensarse un Bien en sí, sin contradicciones, sino como el pensamiento puede ayudar a ser bueno; por lo que no persigue un Bien Absoluto, ni una ontología moral o metafísica, sino una filosofía práctica que cumpla con esa praxis moral.
En su Retórica es importante el libro III el análisis de la expresión y composición de los discursos, la forma en que el discurso debe decirse para ser más convincente, es decir, la estructura fondo/forma de la persuasión de lo que a juicio de Aristóteles es necesariamente asunto de enseñanza. De su Política ya dijimos que es necesaria su lectura completa. Para comprender mejor toda esta época y saber lo que respresenta el pensamiento de estos filósofos en la práctica del día a día es recomendable el libro de Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, y sobre todo el imprescindible "Discurso fúnebre de Pericles" en el Libro II, donde encontramos la base de todo régimen que quiera decirse democrático:
"Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalmente a las que están establecidas para ayudar a quienes sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a quienes las infringe una vergüenza por todos reconocida", bellas palabras y actuales en pleno siglo XXI.
[Véase: Platón, Diálogos IV República, Madrid, Gredos, 2ª reimp., 1992; Aristóteles, Ética Nicómaquea. Ética Eudema, Madrid, Gredos, 1ª reimp., 1988; Aristóteles, Retórica, Madrid, Gredos, 1990; Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Libros I-II, Madrid, Gredos, 1990; cit, págs. 450-451].

lunes, 5 de abril de 2010

Los estoicos

Se suelen distinguir tres grandes fases en la escuela estoica, el antiguo estoicismo con Zenón de Citio, Cleantes y Crisipo; el estoicismo medio de Panecio y Posidonio; y el estoicismo nuevo ilustrado por Séneca, Musonio Rufo, Epícteto y Marco Aurelio. El primero corresponde al periodo helenístico, el segundo señala el tránsito al periodo romano, del que el tercero es la filosofía típica. Todo empieza por una quiebra de la armonía de la vida teórica en favor de la virtud, si para Sócrates, la virtud es ciencia; es sustituida por la fórmula la ciencia es virtud. El objetivo inmediato es la búsqueda de una orientación moral, a la cuál debe ser subordinada, la orientación teórica. Según sabemos por la República de Zenón la ética se resume en dos fórmulas: "Vivir de acuerdo consigo mismo", "Vivir de acuerdo con la naturaleza"; la segunda opción equivale a vivir de acuerdo con la razón. La virtud consiste en el imperio de la razón sobre los sentidos y la eliminación de las pasiones, vituperadas por los estoicos como enfermedades del alma.
A semejanza de los cínicos postulan los primeros estoicos un universalismo político de signo cosmopolita, pero con la diferencia de una base metafísica; por lo tanto el sabio aceptará con resignación el curso ineluctable de los hechos, se someterá con veneración al destino, pues el logos pertenece a la Divinidad. La consecuencia más importante del principio de la igualdad esencial de los hombres es la filosofía estoica del derecho natural, a la comunidad universal del género humano corresponde un derecho también universal: precedente de la teoría cristiana de la lex aeterna y la lex naturalis. Panecio de Rodas trabó amistad con Escipión el Africano y más tarde fue jefe de la Escuela de Atenas, escribió un tratado Del deber y de una Politica.
Hay una crisis del mundo antiguo, es decir, del hombre antiguo; el hombre antiguo es el hombre mediterráneo que vive desde varias creencias fundamentales: el mundo es, existe, en este mundo hay cosas, estas se pueden comprender y hablar de él; las cosas tienen propiedades que el hombre puede utilizar para hacer cosas, y por último, se puede gobernar y dirigir este mundo, aprovechando de que él mismo es un orden, sometido a una ley, que procede de un principio divino; y del mismo modo, los hombres pueden vivir y convivir según la ley. Según esto al comienzo de la crisis helénica corresponden las escuelas socráticas, el epicureísmo y la antigua Stoa; al primer contacto greco-romano, el estoicismo medio de Panecio y Posidonio; a la crisis romana, el estoicismo nuevo, de Séneca a Marco Aurelio, que es romano como ella y tiene un predominio de la ética como disciplina quasi-jurídica y aún como biografía. La última etapa del estoicismo es el reflejo mental de la crisis peculiar del mundo romano que veremos en adelante.
[Julián Marías, Biografía de la filosofía, Madrid, Alianza, 1986, págs. 143-148; VVAA, Historia del Pensamiento, Madrid, Sarpe, 1988, 6 Vols. Vol. I, págs. 232-244].

sábado, 3 de abril de 2010

Los cínicos

A los cínicos y a los cirenaicos se los considera socráticos "menores", tratan de precisar en qué consiste el verdadero bien, cuyo contenido general no había dado Sócrates. Jenofonte (aprox. 430-354 a. de J. C.), cuya vida novelesca, primero al servicio de Ciro el Joven, luego al de Esparta, proscrito por combatir a su patria ateniense y apreciadas sus obras por su sencillez y claridad, su Ciropedia o semblanza del gobernante ideal inspirará a no pocos príncipes y a sus utopías. Es antidemócrata y defiende una monarquía de tipo militar, a la que opone la tiranía. Pese a su vinculación a los bárbaros, al príncipe persa, veía en su vida sencilla y austera lo más cercano a la naturaleza, alejándose del refinamiento cultural que corrompe a las sociedades y causa su decadencia.
La fundación de la escuela cínica se atribuye normalmente a Antístenes (aprox. 445-365 a. de J. C.), o a Diógenes de Sínope. Formaban un grupo un tanto vago y desorganizado de maestros errabundos y filósofos populares, que adoptaban una vida de pobreza que recuerda a las órdenes mendicantes de la Edad Media. Se dirigían principalmente a los pobres, su doctrina se basaba en que el sabio debe bastarse a sí mismo, y pregonaban el desprecio de todos los convencionalismos, o dicho de otra forma, a los prejuicios de estirpe de los atenienses. La virtud consistía en la moderación, entendida como falta de necesidades, de ahí su indiferencia hacia los bienes externos. Critican las instituciones y los valores sociales, desaconsejaban el matrimonio sustituyéndolo por el amor libre, se despojaron de toda significación a la polis, considerándose ciudadanos del mundo, y su pacifismo radical buscaba ese cosmopolitismo igualitario. Contraponen la sociedad y sus leyes a la naturaleza, con lo que encuentran en la cultura algo artificial. Glorifican al "buen salvaje" que recuerda concepciones posteriores de Rousseau, su iusnaturalismo es revolucionario, cuya consecuencia era la tiranía o la aristocracia, que ha de permitir la anarquía, el sabio cínico no necesita gobierno ni autoridad. Se movían por un odio real hacia las discriminaciones sociales universales, pero este odio les hizo volver la espalda a la desigualdad y a ver en la filosofía la entrada a un reino espiritual en el que las abominaciones no importaban. Lo importante de esta escuela es el hecho de ser la matriz donde nació el estoicismo.
[Véase, Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, Barcelona, Edicomunicación, 1986; A. Truyol y Serra, Historia de la Filosofía, del Derecho y del Estado, Madrid, Alianza, 1987, págs. 133-137; George Sabine, Historia de la teoría política, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1990, Págs. 109-110].