Quienes ambicionan los favores de un príncipe suelen ofrecerle lo que poseen de más querido o lo que piensan será más grato a su señor: así, los unos ofrecen caballos, los otros regalan armas, paños de oro, joyas y otras cosas por el estilo, dignas de la grandeza de los príncipes.
Yo mismo, deseando ofrecer a Vuestra Magnificiencia una prueba de mi espíritu de servicio, no hallo entre mis cosas nada más importante ni que yo estime tanto como el conocimiento de los hechos de los grandes hombres, adquirido mediante larga experiencia de los acontecimientos modernos y continuo estudio de los antiguos. Y tras haberlos seleccionado y examinado atentamente los ofrezco ahora a Vuestra Magnificencia recogidos en un pequeño libro.
Verdad es que no parece digno de tal Señor, pero confío en que Vuestra bondad lo acepte ya que no creo poder ofreceros nada mejor que ayudaros a comprender en poco tiempo lo que en tantos años y con tantas incomodidades y peligros he conocido y entendido. No he adornado mi libro con amplios párrafos y frases ampulosas y grandilocuentes o con esos otros artificios formales con que muchos dan brillo a sus escritos; porque mi deseo ha sido que cada hecho dé honor a sus páginas y que sólo la variedad de la materia y la gravedad del asunto hagan grata mi obra.
Mi esperanza está en que no se crea presunción el que un hombre de ínfima condición se atreva a escribir y dar reglas acerca del gobierno de los príncipes: porque, así como quien pinta un paisaje se coloca en un plano inferior para considerar la naturaleza de los montes y lugares más altos y, al contrario, para ver los sitios más bajos sube a la montaña, de la misma manera, si se quiere ver bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe; pero si se trata de conocer a los príncipes, es mejor ser pueblo.
Reciba, pues, Vuestra Magnificiencia este obsequio con el ánimo con que yo os envío: y si lo leéis y meditáis con atención, descubriréis en él mi deseo más grande: y es que alcancéis aquella grandeza que la fortuna y vuestras virtudes os prometen. Y cuando alguna vez Vuestra Magnificiencia vuelva sus ojos a estos lugares bajos y humildes, conocerá cuán sin merecerlo sufro la dura y continua maldad de la suerte.
[Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Barcelona, Planeta, 1983, págs. 3-4].
Mi esperanza está en que no se crea presunción el que un hombre de ínfima condición se atreva a escribir y dar reglas acerca del gobierno de los príncipes: porque, así como quien pinta un paisaje se coloca en un plano inferior para considerar la naturaleza de los montes y lugares más altos y, al contrario, para ver los sitios más bajos sube a la montaña, de la misma manera, si se quiere ver bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe; pero si se trata de conocer a los príncipes, es mejor ser pueblo.
Reciba, pues, Vuestra Magnificiencia este obsequio con el ánimo con que yo os envío: y si lo leéis y meditáis con atención, descubriréis en él mi deseo más grande: y es que alcancéis aquella grandeza que la fortuna y vuestras virtudes os prometen. Y cuando alguna vez Vuestra Magnificiencia vuelva sus ojos a estos lugares bajos y humildes, conocerá cuán sin merecerlo sufro la dura y continua maldad de la suerte.
[Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Barcelona, Planeta, 1983, págs. 3-4].
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