lunes, 1 de noviembre de 2010

John Wycliffe y el radicalismo reformista

John Wyclife (1320-1384), sacerdote y doctor en teología graduado en Oxford, criticó duramente al papado. Se le considera el último escolástico, más platónico que aristotélico, y defendía que Dios había dispuesto este mundo tal como está, cómo el único posible. En sus conferencias Sobre el dominio civil (1376), dictadas en Oxford, comienza su radicalismo declarando que sólo la virtud daba derecho a la propiedad y al poder, y consecuentemente no tenían ese derecho los escolásticos ricos y corruptos. Declaró también que Cristo y los primeros apóstoles no habían tenido ninguna propiedad, y por lo tanto el clero tenía que seguir el ejemplo de Cristo y no tenerla tampoco. Todas estas ideas no cayeron bien el una Iglesia acaudalada que enviaba enormes tributos todos los años a Roma, pero sí gustó a la Iglesia de Inglaterra. Se inició un juicio contra Wyclife promovido por los obispos para condenarlo, pero fue defendido por el pueblo y la realeza.
Lo que promovió Wyclife fueron las ideas que dominarían toda Europa en los cuatro siglos siguientes: el Rey era el vicario de Dios en la Tierra, con lo que la Iglesia debía sometérsele; la Iglesia tenía que centrarse en los asuntos espirituales, dejando al rey y a la aristocracia los mundanos y que el Papa no era el mejor de los hombres, al revés, era el Anticristo, por su ambición de poder terrenal más que espiritual.
Pero lo que más disgustó a la Iglesia romana fue la traducción al inglés de la Santa Biblia, la Vulgata, iniciando la valoración de la lengua nacional que se repetiría durante el Renacimiento, y permitiendo el acceso a la misma a muchas personas que pertenecían al clero.
Wyclife se fue radicalizando cada vez más, hasta que llegó a negar la transustanciación (doctrina católica defendida en el Cocilio de Trento, como la consagración del pan y del vino que se opera en el cambio de toda substancia del Cuerpo de Cristo y de toda substancia del vino en substancia de su sangre), y sumado a la revuelta campesina de 1381, inspirada según algún estudioso por él, le trajo graves problemas, solucionados por su repentina muerte en 1384. 
Sus seguidores se denominaron Lolardos, y fueron rápidamente eliminados, y una vez que se condenó a Wyclife, fueron sus restos óseos sacados de su tumba y quemados. Pero la semilla que plantó prosperó hasta Bohemia, con Juan Huss (1370-1415), que murió en la hoguera, y que pese a las persecuciones prosiguieron incansables hasta la Reforma. 
[Véase Michael Frassetto, Los herejes, Barcelona, Ariel, 2008, págs. 193-221].

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