El carácter de Maquiavelo ha sido uno de los mayores enigmas de la historia moderna; presentado como cínico, patriota apasionado, nacionalista ardiente, jesuita político, demócrata convencido o un adulador carente de escrúpulos que buscaba el favor de los déspotas; probablemente hay verdad en todas y cada una de estas afirmaciones, pero lo que es cierto es que ninguna de ellas da una visión completa de su pensamiento. También es cierto que no escribe de nada ni piensa en nada que no sea política, arte política y arte de la guerra. Las cuestiones más profundas, sociales, económicas y religiosas no le interesan sino como influencias de la política y no se debe dudar de que en la política pura y simple fue, de todos sus contemporáneos, el que tuvo mayor amplitud de visión y la penetración más clara de lo que era la tendencia general de la evolución europea:
"Viviendo en una época en que se estaba derrumbando el viejo orden político europeo y en la que estaba surgiendo con deslumbradora rapidez nuevos problemas, tanto en el estado como en la sociedad, trató de penetrar el significado lógico de los acontecimientos, de prever los resultados inevitables y de descubrir y formular las reglas que, destinadas a dominar desde entonces la acción política, estaban moldeándose en medio de las condiciones que se estaban formando de la vida nacional".
Sólo Maquiavelo fue capaz de ser el creador del significado que se ha atribuido al estado en el pensamiento político moderno. Incluso la palabra estado fue difundida gracias a sus trabajos. El estado como fuerza organizada, suprema en su propio territorio y que persigue una política consciente de engrandecimiento en sus relaciones con otros estados, se convirtió no sólo en la típica institución política moderna, sino en la institución cada vez más poderosa de la sociedad moderna. Sobre el estado recayeron el derecho y la obligación de regular y controlar a todas las demás instituciones sociales y de dirigirlas siguiendo lineas trazadas francamente en interés del propio estado. Una filosofía que atribuye principalmente los méritos y los fracasos de la política a la astucia o la ineptitud de los estadistas tiene que ser forzosamente superficial. Maquiavelo concebía los factores morales, religiosos y económicos de la sociedad como fuerzas que un político inteligente puede utilizar en provecho del estado o incluso crear en interés del estado, y ello no sólo invierte por completo un orden normal de valores, sino que invierte también el orden usual de eficacia causal.
Escribió sus dos libros políticos fundamentales dentro de los diez años siguientes al día en que Martín Lutero clavó sus tesis a la puerta de la iglesia de Wittenberg, y la Reforma protestante tuvo como resultado mezclar a la política y al pensamiento político con la religión en una forma mucho más completa de lo que se había hecho durante la mayor parte de la Edad Media. Su indiferencia, con respecto a la verdad o la falsedad de la religión acabó por convertirse en una característica común del pensamiento político moderno, pero no durante los dos siglos posteriores. Podemos afirmar que su filosofía fue estrechamente local y temporal.
[George Sabine, Historia de la teoría política, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1990, págs. 263-264].
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