viernes, 26 de noviembre de 2010

Ideas sobre Maquiavelo...




El carácter de Maquiavelo ha sido uno de los mayores enigmas de la historia moderna; presentado como cínico, patriota apasionado, nacionalista ardiente, jesuita político, demócrata convencido o un adulador carente de escrúpulos que buscaba el favor de los déspotas; probablemente hay verdad en todas y cada una de estas afirmaciones, pero lo que es cierto es que ninguna de ellas da una visión completa de su pensamiento. También es cierto que no escribe de nada ni piensa en nada que no sea política, arte política y arte de la guerra. Las cuestiones más profundas, sociales, económicas y religiosas no le interesan sino como influencias de la política y no se debe dudar de que en la política pura y simple fue, de todos sus contemporáneos, el que tuvo mayor amplitud de visión y la penetración más clara de lo que era la tendencia general de la evolución europea:
"Viviendo en una época en que se estaba derrumbando el viejo orden político europeo y en la que estaba surgiendo con deslumbradora rapidez nuevos problemas, tanto en el estado como en la sociedad, trató de penetrar el significado lógico de los acontecimientos, de prever los resultados inevitables y de descubrir y formular las reglas que, destinadas a dominar desde entonces la acción política, estaban moldeándose en medio de las condiciones que se estaban formando de la vida nacional".
Sólo Maquiavelo fue capaz de ser el creador del significado que se ha atribuido al estado en el pensamiento político moderno. Incluso la palabra estado fue difundida gracias a sus trabajos. El estado como fuerza organizada, suprema en su propio territorio y que persigue una política consciente de engrandecimiento en sus relaciones con otros estados, se convirtió no sólo en la típica institución política moderna, sino en la institución cada vez más poderosa de la sociedad moderna. Sobre el estado recayeron el derecho y la obligación de regular y controlar  a todas las demás instituciones sociales y de dirigirlas siguiendo lineas trazadas francamente en interés del propio estado. Una filosofía que atribuye principalmente los méritos y los fracasos de la política a la astucia o la ineptitud de los estadistas tiene que ser forzosamente superficial. Maquiavelo concebía los factores morales, religiosos y económicos de la sociedad como fuerzas que un político inteligente puede utilizar en provecho del estado o incluso crear en interés del estado, y ello no sólo invierte por completo un orden normal de valores, sino que invierte también el orden usual de eficacia causal.  
Escribió sus dos libros políticos fundamentales dentro de los diez años siguientes al día en que Martín Lutero clavó sus tesis a la puerta de la iglesia de Wittenberg, y la Reforma protestante tuvo como resultado mezclar a la política y al pensamiento político con la religión en una forma mucho más completa de lo que se había hecho durante la mayor parte de la Edad Media. Su indiferencia, con respecto a la verdad o la falsedad de la religión acabó por convertirse en una característica común del pensamiento político moderno, pero no durante los dos siglos posteriores. Podemos afirmar que su filosofía fue estrechamente local y temporal.
[George Sabine, Historia de la teoría política, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1990, págs. 263-264]. 

viernes, 19 de noviembre de 2010

Nicolás Maquiavelo al Magnífico Lorenzo de Médicis.


Quienes ambicionan los favores de un príncipe suelen ofrecerle lo que poseen de más querido o lo que piensan será más grato a su señor: así, los unos ofrecen caballos, los otros regalan armas, paños de oro, joyas y otras cosas por el estilo, dignas de la grandeza de los príncipes.
Yo mismo, deseando ofrecer a Vuestra Magnificiencia una prueba de mi espíritu de servicio, no hallo entre mis cosas nada más importante ni que yo estime tanto como el conocimiento de los hechos de los grandes hombres, adquirido mediante larga experiencia de los acontecimientos modernos y continuo estudio de los antiguos. Y tras haberlos seleccionado y examinado atentamente los ofrezco ahora a Vuestra Magnificencia recogidos en un pequeño libro.
Verdad es que no parece digno de tal Señor, pero confío en que Vuestra bondad lo acepte ya que no creo poder ofreceros nada mejor que ayudaros a comprender en poco tiempo lo que en tantos años y con tantas incomodidades y peligros he conocido y entendido. No he adornado mi libro con amplios párrafos y frases ampulosas y grandilocuentes o con esos otros artificios formales con que muchos dan brillo a sus escritos; porque mi deseo ha sido que cada hecho dé honor a sus páginas y que sólo la variedad de la materia y la gravedad del asunto hagan grata mi obra.
Mi esperanza está en que no se crea presunción el que un hombre de ínfima condición se atreva a escribir y dar reglas acerca del gobierno de los príncipes: porque, así como quien pinta un paisaje se coloca en un plano inferior para considerar la naturaleza de los montes y lugares más altos y, al contrario, para ver los sitios más bajos sube a la montaña, de la misma manera, si se quiere ver bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe; pero si se trata de conocer a los príncipes, es mejor ser pueblo.
Reciba, pues, Vuestra Magnificiencia este obsequio con el ánimo con que yo os envío: y si lo leéis y meditáis con atención, descubriréis en él mi deseo más grande: y es que alcancéis aquella grandeza que la fortuna y vuestras virtudes os prometen. Y cuando alguna vez Vuestra Magnificiencia vuelva sus ojos a estos lugares bajos y humildes, conocerá cuán sin merecerlo sufro la dura y continua maldad de la suerte.
[Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Barcelona, Planeta, 1983, págs. 3-4].

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Nicolás Maquiavelo, el maquiavelismo...


Cuando hablamos de una persona maquiavélica nos referimos a una persona que utiliza artes no del todo éticas o morales para alcanzar sus objetivos. Pero tenemos que saber diferenciar al Maquiavelo del Renacimiento, con el peyorativo "maquiavélico", que se utiliza para comprender las malas artes en el terreno político, o por lo menos, la confusión entre los fines y los medios. Pero durante el Renacimiento los fines eran lo importante y nunca los medios con los que se conseguían, y es a partir de las consecuencias de la Revolución Francesa cuando empiezan a separarse los medios de los fines: ningún mal medio justifica un buen fin, y a viceversa, ningún buen fin justifica un mal medio. Además, el término maquiavélico comprende una persona compleja que utiliza artes ilícitas: confusión, engaño, mentira, coacción, para manejar a sus semejantes y conseguir sus objetivos. Pero debemos de aclarar que el arte de la política nunca fue un arte lícito, es decir, moralmente puro, sino que en el arte de gobernar al hombre siempre ha existido el ansia de poder, la ambición humana, enalteciendo lo más oscuro del ser humano, sus más inhumanos sentimientos. La justificación del engaño como arma política es tan antiguo como el hombre mismo, y a decir verdad, todos los líderes políticos lo utilizan de una u otra forma, al comprender que no hay mayor engaño que el que se hace el hombre a sí mismo. El verdadero político tiene que ser astuto y hábil para conseguir sus fines, que son la consecución del poder y su mantenimiento. La malignidad del político comprende el engañar para conseguir el poder, y no hay mayor mal que el confundir medios con fines, aunque éstos en la mayoría de las ocasiones estén revestidos de la mejor utopía, de la bondad pura. Entramos en el terreno de las ideologías, que en el mundo contemporáneo se denominan corrientes de pensamiento, pero las distintas formas de pensar al hombre se deberían de unir el un humanismo exento de dogmas, algo complejo en el mundo actual, cuando chocan las distintas formas de entender al hombre y de gobernarlo. En más de dos mil años de pensamiento político, de filosofía política, siempre ha existido la diferencia entre el pensamiento y la acción, el infierno rebosa de hombres con buenas intenciones, y es difícil el separar lo que pretendemos pensar del hombre y lo que al final se hace con él, y más en nuestras sociedades actuales cuando tantos intereses luchan por conseguir sus objetivos. La muerte de las ideologías es producto de nuestra forma de vida, exenta de un humanismo generoso y de una utopía alcanzable. "Cualquier cambio que se quiera hacer sobre la sociedad debe empezar por el individuo". 

sábado, 6 de noviembre de 2010

Nicolás de Cusa


Nicolás de Cusa (1401-1464), filósofo renacentista y padre de la filosofía alemana, hizo una cuidadosa defensa del concilio general, presentada en el Concilio de Basilea de 1433. Defiende que toda ley debe ser adecuada al país, lugar y tiempo, por ese motivo defiende que todo gobierno se basa en el consentimiento:
"En consecuencia, como por naturaleza todos los hombres son libres, todo principado, lo mismo el de la ley escrita que el de la ley viva en el príncipe, por el cual se impide a los súbditos obrar mal y se restringe su libertad para que obren bien por miedo a la pena, sólo procede de la concordancia y consentimiento de los súbditos. En efecto, si por naturaleza los hombres son igualmente poderosos y libres, el verdadero y ordenado poder de uno igualmente poderoso por naturaleza que los demás hombres sobre éstos, no puede establecerse sino por la elección y consentimiento de los otros, del mismo modo que la ley se establece también por el consentimiento".
Por lo tanto los reyes deben de estar regulados por el pacto general de la sociedad humana, ya que a tal cosa deben los reyes su existencia, con lo que el rey debe de obedecer a la ley, puesto que la ley hace al rey. 
[George Sabine, Historia de la teoría política, México, Fondo de Cultura Económica, 1990, págs. 238-239].

lunes, 1 de noviembre de 2010

John Wycliffe y el radicalismo reformista

John Wyclife (1320-1384), sacerdote y doctor en teología graduado en Oxford, criticó duramente al papado. Se le considera el último escolástico, más platónico que aristotélico, y defendía que Dios había dispuesto este mundo tal como está, cómo el único posible. En sus conferencias Sobre el dominio civil (1376), dictadas en Oxford, comienza su radicalismo declarando que sólo la virtud daba derecho a la propiedad y al poder, y consecuentemente no tenían ese derecho los escolásticos ricos y corruptos. Declaró también que Cristo y los primeros apóstoles no habían tenido ninguna propiedad, y por lo tanto el clero tenía que seguir el ejemplo de Cristo y no tenerla tampoco. Todas estas ideas no cayeron bien el una Iglesia acaudalada que enviaba enormes tributos todos los años a Roma, pero sí gustó a la Iglesia de Inglaterra. Se inició un juicio contra Wyclife promovido por los obispos para condenarlo, pero fue defendido por el pueblo y la realeza.
Lo que promovió Wyclife fueron las ideas que dominarían toda Europa en los cuatro siglos siguientes: el Rey era el vicario de Dios en la Tierra, con lo que la Iglesia debía sometérsele; la Iglesia tenía que centrarse en los asuntos espirituales, dejando al rey y a la aristocracia los mundanos y que el Papa no era el mejor de los hombres, al revés, era el Anticristo, por su ambición de poder terrenal más que espiritual.
Pero lo que más disgustó a la Iglesia romana fue la traducción al inglés de la Santa Biblia, la Vulgata, iniciando la valoración de la lengua nacional que se repetiría durante el Renacimiento, y permitiendo el acceso a la misma a muchas personas que pertenecían al clero.
Wyclife se fue radicalizando cada vez más, hasta que llegó a negar la transustanciación (doctrina católica defendida en el Cocilio de Trento, como la consagración del pan y del vino que se opera en el cambio de toda substancia del Cuerpo de Cristo y de toda substancia del vino en substancia de su sangre), y sumado a la revuelta campesina de 1381, inspirada según algún estudioso por él, le trajo graves problemas, solucionados por su repentina muerte en 1384. 
Sus seguidores se denominaron Lolardos, y fueron rápidamente eliminados, y una vez que se condenó a Wyclife, fueron sus restos óseos sacados de su tumba y quemados. Pero la semilla que plantó prosperó hasta Bohemia, con Juan Huss (1370-1415), que murió en la hoguera, y que pese a las persecuciones prosiguieron incansables hasta la Reforma. 
[Véase Michael Frassetto, Los herejes, Barcelona, Ariel, 2008, págs. 193-221].