La finalidad del epicureísmo fue la misma de toda la filosofía ética posterior a Aristóteles, es decir, producir en sus alumnos un estado de autarquía individual, señalando que una vida buena consiste en el goce del placer, pero interpretaba tal cosa en sentido negativo. Los epicúreos son los enemigos hereditarios de los estoicos. El fundador de la escuela es Epicuro de Samos (341-270) discípulo del democritiano Nausífanes. De ascendencia atomista, su escuela se desarrollaba en sus jardines de Atenas, de ahí el sobrenombre de "los del jardín". Epicuro tuvo una personalidad fina, noble y atractiva, su bondad y suavidad de trato hizo de él la pieza angular de su doctrina. Su discípulo Metródoro de Lámpsaco sostuvo demasiado en bloque la teoría del placer. Otros fueron Sidón, el maestro de Virgilio, y Filomeno de Gadara al que siguió Herculano. Pero la más importante fuente del epicureísmo y de más influjo fue Lucrecio Caro (96-55 a. C.), en su poema De rerum natura quiere presentar renovado el atomismo democritiano llevado a cabo por Epicuro. Con Lucrecio se hace romana la filosofía griega, y el epicureísmo gustó a los espíritus refinados de la época de Augusto, que se sentaba en los círculos cercanos en torno a Virgilio, Horacio, Mecenas y Augusto.
Para Epicuro la filosofía es una actividad que procura con sus discursos y razonamientos la vida feliz, altera esencialmente el pensamiento aristotélico, ya que para Aristóteles filosofía y felicidad tienen estrecha relación; que consiste en que la felicidad estriba en la contemplación por lo que la vida teórica es la vida feliz. En cambio en Epicuro la filosofía ha de proporcionar la felicidad, tranquilizando al hombre respecto a sus temores religiosos y señalarle el placer como bien supremo. La hostilidad a la religión, tan visible en Lucrecio, revela claramente el sentido religioso del epicureísmo; es decir, el carácter de quasi religión, de sustituto de la religión, al que en el fondo aspira.
Para los epicureístas la lógica se llama también canóniga, porque da la medida (canon=regla) del recto conocimiento, donde todo conocer es percepción sensible y nada más, con lo que el criterio de verdad está constituido por las sensaciones, por las anticipaciones y por los sentimientos. Para Epicuro las percepciones sensibles son siempre verdaderas, igualmente a las representaciones de la fantasía corresponden seguros influjos activos, pues ellas mueven el alma.
Dice Lucrecio: "De qué principios la naturaleza / Forma todos los seres, cómo crecen /Cómo los alimenta y los deshace/ Después de haber perdido su existencia: / Los elementos que en mi obra llamo / La materia y los cuerpos genitales, / Y las semillas, los primeros cuerpos, /Porque todas las cosas nacen de ellas / Pues la naturaleza de los dioses / Debe gozar por sí con paz profunda / De la inmortalidad: muy apartados / De los tumultos de la vida humana, / Sin dolor, sin peligro, enriquecidos / Por sí mismos, en nada dependientes / De nosotros; ni acciones virtuosas / Ni el enojo y la cólera les mueven".
[Véase: Julián Marías, Biografía de la filosofía, Madrid, Alianza Editorial, 1986, págs. 141-142; Johannes Hirschberger, Historia de la Filosofía, Barcelona, Herder, 1991, 2 Vols. Vol. I, págs. 238-248; Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas, BiblioBazaar, 2007, pág. 35].
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