Thomas Hobbes (1588-1679), en la introducción que hace a Leviatán: o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil (1651), dice que llama Leviatán a la República o al Estado (civitas) que lo compara como un hombre artificial, en donde la soberanía es un alma artificial que da movimiento al cuerpo entero; los magistrados y otros funcionarios de la judicatura y el poder ejecutivo son nexos artificiales; y la recompensa y el castigo son los nervios que actúan igual que el cuerpo natural; mientras la riqueza y la abundancia de todos los miembros constituye su potencia. Llama salvación del pueblo a los negocios, los consejeros que informan sobre cualquier cosa son la memoria; la equidad y las leyes, una voluntad y una razón artificiales; la concordia es la salud; la sedición la enfermedad y la guerra civil, la muerte. Por último los convenios mediante los cuales las partes de este cuerpo político se crean, combinan y unen entre sí, lo asemeja a aquel fiat, o hagamos al hombre pronunciado por Dios en la Creación. Y concluye:
"Aunque un hombre pueda leer a otro por sus acciones, de un modo perfecto, sólo puede hacerlo con sus circunstantes, que son muy pocos. Quien ha de gobernar una nación entera debe leer, en sí mismo, no a ese o aquel hombre, sino a la humanidad, cosa que resulta más difícil que aprender cualquier idioma o ciencia; cuando yo haya expuesto ordenadamente el resultado de mi propia lectura, los demás no tendrán otra molestia sino la de comprobar si en si mismos llegan a análogas conclusiones. Porque este género de doctrina no admite otra comprobación".
[Véase, Thomas Hobbes, Leviatán: o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil, México, Fondo de Cultura Económica, 14 reimpr., 2006, págs. 3-5].
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